23.5.11

La vieja, los cuchillos.



Hay algo previo, un gesto oscuro, el sonido de una quebrada seca, gallinas que mueven la cabeza revolcando el polvo en un patio donde nacen los acentos, las afirmaciones, aunque la verdadera memoria no nace y sin embargo, permanece; algo rompe una cáscara con un pico e irrumpen unas manos viejas. ¿Por qué odiabas a la vieja? ¿Por qué amabas a la vieja? Mamá no responde las preguntas que no le hago, mamá educada piensa que de nada sirve preguntarse,
para qué Tito, como si puesta la frente en donde yace la vieja, algo hubiera aprendido al soltar aquellas lágrimas honestas. Qué transaba mamá con su vieja suya, se miraban de reojo ante la muerte, se decían algún secreto, yo era un vástago, bastardo, cría, gameto crecido, la ausencia pura del sentido de la carne; el tiempo me ha ayudado a acercarme a aquella conversación, poner oreja al perdón de los vencidos. Los animales flacos de un tiempo mejor, que no hubo, revolean la cabeza levantando el polvo, no escucho lo que le dice la vieja a mamá, parecen imperativos, que lea más las sagradas escrituras, que quién le quiebra los siembros, que de dónde ese olor jodido que la tiene en cama, que quién se roba los racimos de banano, que si hubiera un sólo justo más en esta ciudad ella no mandaría a incendiarlo todo, que duele mandarlos a dormir otra vez sin comer nada, que el largo de la falda de mamá la ofende y la pone triste a la vieja y un planazo, movimiento con violencia que hacía la vieja, poniendo la hoja del cuchillo de costado y azotando con severidad los muslos de mamá delante de su hijo, en cambio yo, aprendía la belleza de esa estampa que mamá cuidaría como un tesoro, que delicada mamá, que virgen mamá.