18.2.11

Rusia con vos

Las grandezas rusas, los palacios, mamá me manda mails, un millón de mails al mes diciendo, estoy sola, pero las grandezas de Rusia me acompañan, el precio de la locura, la ensoñación, mamá nunca irá a Rusia, pero me escribe desde Rusia, me dice que nunca había sentido tanto frío, que yo lo llevaría mejor el tema del clima, que los siembros la vuelven loca en esos jardines, esa es mamá, la que se agacha en el patio haciéndole un tributo a otra que también fue mamá, pero hace una generación atrás, esa no supo de Rusia ni de los caballos ni de las revoluciones de Octubre, tampoco supo si una mayúscula o el misterio idiota de las sílabas, en cambio mamá dio un paso, intuyó que las flores son analfabetas y en un lenguaje superior trajo hijos al mundo, con un remo a cruzar el atlántico, hay que tener fe, eso dice siempre mamá, para que se haga, hay que tener fe, no sé si por terca o por pobre o por loca, o por todo junto, lo único de Rusia que conoce, es la rimbombancia de un ballet con vestuarios desteñidos, pero mamá no ve eso, ve a las rusas delgadas, altas mujeres que añora mamá en su infancia, recortes de un periódico que se han perdido en su memoria rural, el ballet antes, las butacas hoy, en el lobby de un teatro del tercer mundo, mamá intuye que le hubiera gustado conocer los productos del renacimiento, las fuerzas del trabajo que levantaron las joyas arquitectónicas de los siglos, haber dejado de creer en dios, o en esa idea imbécil de dios, hay que tener fe, así es como me escribe desde Rusia, Tito, cuanto me hubiera gustado poderte pagar un boleto a Rusia, vos siempre has sido el hombre de la casa, para vos la carne más grande, el vaso más robusto, y a todo esto yo me quedo flaco, ante las palabras de mamá el silencio, salgo huyendo a buscar el primer árbol y lo zarandeo con furia, pura y dura como cada una de las piedras del metro de Moscú.