
(Click en la Imagen, ja ja)
No la primera vez que vi un mercado de antigüedades en Buenos Aires, (¿te acordás?, ahí por el barrio San Telmo que Sabina había bautizado para nosotros), encontré a un señor difícilmente amable escondido detrás de un puestito de libros, estampillas, muñecas horribles, acetatos de Sandro, monedas sin valor de países muertos y que otros muertos dan por vivos. Ese señor me guiña un ojo y descubro que es un tic, que su ojo sano me registra. El marco se completa con un hermoso baulcito que guarda algo que apenas se adivina entreabierto, montado sobre aquella primera edición de Rayuela, exorbitantemente cara, como si tuviera valor el papel roído y no las palabras de Cortázar. Lo que se adivina dentro del baúl, son unas cartas de amor escritas en algún dialecto sumamente perdido, no se sabe su raíz ni su procedencia, sólo se tiene registro indefectible de que se trata de unas cartas de amor. Importa poco el significado, seguramente porque lo que importa del símbolo es el símbolo. Sólo tuve dinero para comprar una de esas cartas, y comienzo a creer que es posible alguna estafa. Pero eso tampoco tiene importancia, pues un peso argentino no me duele para la comprensión del símbolo y para la recompensa de tu abrazo.